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Miedo

Publicado: junio 21, 2012 en Jgmv
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(Sin el punto com, por favor, un poquito pasado de moda y además la película fue malísima…por cierto, seriedad no encontrarán en este post, advertidos están)

Hay quienes al oír un ruido en un cuarto oscuro en la noche sienten el miedo. Unos más tienen el infortunio de vivirlo en tiempos de guerra: disparos, matanzas, gritos y demás. Otros, cuando les llega el estado de cuenta de sus múltiples tarjetas, desde la de Banco Azteca, pasando por Coppel hasta la C&A internacional, con eso de que quieren tener Visa y Mastercard. Muchos son los que a pesar de ya estar algo más entrados en años, no han podido concluir de ver «Eso», de Stephen King, a quien le deben varias personas sus traumas con los payasos. Y es que aquí, todos flotan.

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Míralo directo a los ojos y dile que ya no le tienes miedo…uay, no

Imagínate en un futuro no muy lejano, un escenario post 1 de Julio en donde nos enteramos que el copete es el nuevo peinado de moda, como la televisión nos ha querido vender (tema de otro post).

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«¿Por qué todo yo?»

Pero el mío…un momento…no puedo seguir…

(15 minutos después)

¿En qué estábamos? Ah, sí, los miedos. El mío…

…viene en una estatura menor a los 100 cm…y no es precisamente él…si no lo que deja…y hay muchos nombres para eso. Elegantemente podríamos decir «voy a hacer heces fecales», o por impotencia o enojo decimos «mierda». Luego viene una más que prefiero no decirla, me suena grotesco: caca. Y también…la del problema…la que aún sigo recordando y siento el sudor frío bajando por mi espalda. El momento en que él abrió la boca y dijo «po-po».

Debo aclararte, querido lector, que solía ser el más pequeño de mi casa. Jamás cuidé a otro niño y nunca he cambiado un pañal. En algún momento llegará, pero espero que sea pronto y que ya los niños «caguen» (finísima persona) con olor a flores. Mundo perfecto.

Pero regresemos a mi situación, todavía necesito continuar con la catarsis.

Mi sobrino se encontraba con unos retortijones y le pregunté qué le pasaba. Y él me contestó las cuatro letras que les mencioné. Miré a mi otra sobrina y cual super tío en alguna emergencia traté de que ella se hiciera cargo. Pero el enanito no quería a otra persona. Ya me había visto y no me iba a dejar seguir tranquilo con mi vida.

Temeroso de que pudiera ocurrir un accidente en la cocina, corrí con él entre mis brazos…bueno, a una distancia prudente de mi cuerpo por si le ganaba. Llego al baño y lo siento. Con toda la valentía a punto de personificarse, grité «mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa»…y no se aparecía.

No podía más que convivir en ese pequeño cuarto destinado a la lectura de revistas y periódicos de días anteriores. 2 x 2 m que en mi desesperación parecían 50 cm de lado. Él me miraba sin entender mi preocupación y lo que me dejó atónito fue…su risa. Me imaginé que lo comprendía y disfrutaba mi padecimiento. Más todavía cuando al concluir su desagüe me dijo «pa-pel». Inocentemente creí que era para limpiar su cara…o jugar con él…o hacer barquitos…o no sé, guerra de papel. Pensé «niño prodigio ya sabe limpiar su traserito».

Cuando le alcancé el papel, él…hizo lo que me temía: señalarme que esa sería mi función en todo este proceso. Comprendí que en realidad me convertí en víctima y decidí nuevamente pedir apoyo. Mi jefaza de mi vidaza no se hallaba cerca y fueron minutos en los que no sabía que hacer, si ceder a sus bajos instintos o dejarlo sentadito hasta que alguien notara su ausencia…o él lugar por donde había pasado con sus huellitas que lo evidenciaban.

Hasta que la luz llegó. Al fin mi mamá llegó a mi auxilio y pude continuar con mi vida, no sin antes darme cuenta que esto dejaría secuelas en mi vida que difícilmente se podrían resarcir. Al menos hasta que llegue a la paternidad y tenga que cambiar los pañales. Ojalá que para eso ya salga con olor a flores.

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¿A poco a ustedes no les da miedo esto?